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Mostrando entradas de 2010

AL SUR DEL EQUANIL (Renato Rodríguez)

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El violín de Tacho Yo nunca supe el verdadero nombre de Tacho. Una vez le pregunté, me contestó con un raro gruñido; no volví a preguntarle más, podría haberse ofendido por mi curiosidad. Tacho era un hombre muy delicado. Una vez su hermano Nicomedes le increpó por el estado de semiebriedad en que se mantenía constantemente y él se sintió tan humillado que juró no volver a pedirle dinero a Nicomedes, ni siquiera en calidad de préstamo. Además, era más fascinante que fuera sólo Tacho y más de acuerdo con las costumbres de allá. Mi nombre nadie lo sabía, yo era sólo el hijo de Rafael y Chabolito era el hijo de Chabolo, a pesar de llamarse Ramón y de que Chabolo se llamaba Salvador y Tacho era Tacho y antes de ser Tacho tal vez fuera el hijo de... yo ni siquiera sé cómo se llamaba su papá. Tacho era músico, tocaba el violín con extraordinaria habilidad y Nino decía que incluso sabía leer música. Yo no sé si era un virtuoso, un gran músico, pero habilidad, eso sí que no se le podía negar

AL ABUELO CON CARIÑO (Eduardo Liendo)

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Yo tenía grandes esperanzas en los papeles del abuelo, durante veinte años lo espié furtivamente mientras escribía. Aprecié su solemnidad, la religiosa manera de lavarse las manos con jabón azul y luego frotarlas con agua de colonia antes de comenzar a escribir. Sus terribles impreciaciones cuando los demonios no se hacían presentes. Sus estados de profundo éxtasis cuando el aura creadora resplandecía encima de su potente testa como una tenue luz ambarina. Los momentos de trance en los que la pluma fuente permanecía en el aire en suspenso, como un caballo que se dispone a dar un jaque al rey apuntando también mortalmente a una torre y, sobre todo, el sigilo para guardar aquellas ojas en la gaveta después de cada agotadora jornada. No quedaba duda acerca de la potencial trascendencia de aquellas páginas. Desde muy joven yo tenía la absoluta certeza de que nunca serviría para nada. Nunca me engañé con mis propias torpezas, pero para entonces ya el abuelo había cumplido ochenta años y lle

LOS MÉTODOS NECESARIOS (Juan Calzadilla)

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las costumbres han hecho de mí un hombre abominable impaciente, aguardo todo el día como un funcionario privado del sueño a quien se le obliga a permanecer amarrado eternamente a su silla el empresario ha cubierto el cielo con un paraguas ha hecho [del mundo un lugar apto para un crimen ha reducido increíblemente [a los hombres al tamaño de una bala más valdría hacer algo, te digo dispararlos, remover los escombros para buscar una salida [olvidar todo propósito inconcebible y construir la felicidad a cualquier [precio y del modo más inmediato con tablas de toda ley de todo [naufragio de toda ferocidad para tener sobre qué morir el día venidero y adaptar esa muerte a un fin necesario hecho a su propia [medida reducir la dicha a términos humanos como mueble que entra por casa de pobre y crearla en nombre de todos por todos los medios que estén a la vista por los medios lícitos e ilícitos por medio del bien y por medio del mal utilizando todos los métodos, los métodos pacíficos y los [mét

JOSÉ ANTONIO RAMOS SUCRE

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ENTONCES Sueño que sopla una violenta ráfaga de invierno sobre tus cabellos descubiertos, oh niña, que transitas por la nevada urbe monstruosa, a donde todavía joven espero llegar, para verte pasar. Te reconoceré al punto, no me sorprenderán tu alma atormentada y exquisita, tu cuerpo endeble ni tu azul mirada; he presentido tus manos delicadas y exangües, he adivinado tu voz que canta y tu gentil andar. El día de nuestro encuentro será igual a cualquiera de tu vida: te veré buscando paso entre la muchedumbre de transeúntes y carruajes que llena con su tumulto la calle y con su ruido el aire frío. La calle ha de ser larga, acabará donde se junten lejanas neblinas; la formará una doble hilera de casas sin ningún intervalo para viva arboleda; la harán más tediosa enorme edificios que niegan a la vista el acceso al cielo. Lejos de la ciudad nórdica estarán para entonces los pájaros que la alegraban con su canto y olvidado estará el sol; para que reine la luz artificial con su lívido brill

Marcucho el modelo (Leoncio Martínez)

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Cuadrado de espaldas, liso y apelmazado el cabello, que se partía en una raya recta, casi sobre la sien izquierda, teniendo en el color un vago reflejo ambarino del indio ancestral, Marcucho, el modelo de la Escuela de Pintura, a primera vista confundíase con un mandadero cualquiera, con un individuo sin relieve ni importancia, acostumbrado a cargar carretilla, o a encorvarse bajo la mole de los fardos. Su estura baja, sus blusas de dril descoloridas entre los estrujones de la batea y la caliente opresión de la plancha, sus manos entretejidas de gruesas venas y siempre colgantes, congestionadas al peso de la sangre, no revelaban la menor particularidad que pudiera destacarlo junto a los demás hombres de su clase. Pero, Marcucho era un elemento primordial de belleza para el grupo de aquella incipiente Academia. Cuando, despojado de la ropa, subíase a la tarima del modelo, asumía a los ojos de los estudiantes proporciones inconmensurables. Desnudo crecía. Adquiría una alteza espectacular

CUENTOS BREVES

LINGÜISTAS Mario Benedetti (Uruguay) Tras la cerrada ovación que puso término a la sesión plenaria del Congreso Internacional de Lingüística y Afines, la hermosa taquígrafa recogió sus lápices y papeles y se dirigió hacia la salida abriéndose paso entre un centenar de lingüistas, filólogos, semiólogos, críticos estructuralistas y desconstruccionistas, todos los cuales siguieron su garboso desplazamiento con una admiración rayana en la glosemática. De pronto las diversas acuñaciones cerebrales adquirieron vigencia fónica: ¡Qué sintagma! ¡Qué polisemia! ¡Qué significante! ¡Qué diacronía! ¡Qué exemplar ceterorum! ¡Qué Zungenspitze! ¡Qué morfema! La hermosa taquígrafa desfiló impertérrita y adusta entre aquella selva de fonemas. Sólo se la vio sonreír, halagada y tal vez vulnerable, cuando el joven ordenanza, antes de abrirle la puerta, murmuró casi en su oído: ''Cosita linda". ERNESTO EL EMBOBADO José María Méndez (Salvador) Elena Estévez -española extremeña- era extraordinar

Elí Galindo (San Baudelaire)

LA TRIPULACIÓN LLORÓ Fieles a los accidentes del Litoral la tripulación lloró al alba como cualquier ser viviente se internó mucho tiempo entre las lágrimas frente a la tierra firme lavó su rostro y le dio gracias al Dios castellano sus gemidos parecían gorjeos de un ave muda Los hombres avistaron a los nativos eran de piel de bronce o de cera sus mujeres eran bellas y los niños vivaces atrevidos aunque éramos de mundos distintos serenísimos cristianísimos muy altos excelentes y poderosos príncipes todo era una maravilla lo que volaba lo que nadaba lo que más allá se arrastraba escasean en nuestros idiomas colores para nombrar los matices de este mundo LOS PRETENDIENTES A Natalia Dime Antinoo qué sentiste cuando el viejo Odiseo tensó su arco y sonó aquella flecha en el cielo Dime Antinoo tú que eras el más audaz entre nosotros y que ahora después de la muerte cruel permaneces con la lengua enterrada Dime si no es cierto que por aquellos pelados cerros de San Sebas

MÁRMOL EN POLVO (Alfonso Gumucio Dagron)

La plaga comenzó y terminó en el Palacio Temporal. Fue el día aquel de los fuegos artificiales, cuando el Sargento Martínez, Jefe de Cocina, bajó a la cava de vinos para buscar una botella de Nuit St. Georges 1943. Andaba bastante falto de equilibrio luego de haber descorchado y probado las catorce botellas preceden­tes, de manera que en el pasillo del sótano oscuro iba rebotando entre las paredes de mármol. Fue entonces que, al apoyar una mano a tientas, sintió que el muro se hundía esponjoso cual si se hubiera reblandecido tanto como él a causa del vino. Al día siguiente los empleados comentaron la huella de una palma de mano impresa en el mármol con todos los detalles, incluyendo la línea de la vida quebra­da mucho antes de tomar la curva de la longevidad. El Sargento Martínez no recor­daba nada y el incidente pasó al olvido hasta que se reprodujo un mes más tarde y luego casi cotidianamente, a plena luz del día y sin que mediaran botellas de vi­no. Los pilares de mármol en el prime

EL VIAJERO (Emilia Pardo Bazán)

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Fría, glacial era la noche. El viento silbaba medroso y airado, la lluvia caía tenaz, ya en ráfagas, ya en fuertes chaparrones; y las dos o tres veces que Marta se había atrevido a acercarse a su ventana por ver si aplacaba la tempestad, la deslumbró la cárdena luz de un relámpago y la horrorizó el rimbombar del trueno, tan encima de su cabeza, que parecía echar abajo la casa. Al punto en que con más furia se desencadenaban los elementos, oyó Marta distintamente que llamaban a su puerta, y percibió un acento plañidero y apremiante que la instaba a abrir. Sin duda que la prudencia aconsejaba a Marta desoírlo, pues en noche tan espantosa, cuando ningún vecino honrado se atreve a echarse a la calle, sólo los malhechores y los perdidos libertinos son capaces de arrostrar viento y lluvia en busca de aventuras y presa. Marta debió de haber reflexionado que el que posee un hogar, fuego en él, y a su lado una madre, una hermana, una esposa que le consuele, no sale en el mes de enero y co