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Mostrando entradas de junio, 2010

AL SUR DEL EQUANIL (Renato Rodríguez)

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El violín de Tacho Yo nunca supe el verdadero nombre de Tacho. Una vez le pregunté, me contestó con un raro gruñido; no volví a preguntarle más, podría haberse ofendido por mi curiosidad. Tacho era un hombre muy delicado. Una vez su hermano Nicomedes le increpó por el estado de semiebriedad en que se mantenía constantemente y él se sintió tan humillado que juró no volver a pedirle dinero a Nicomedes, ni siquiera en calidad de préstamo. Además, era más fascinante que fuera sólo Tacho y más de acuerdo con las costumbres de allá. Mi nombre nadie lo sabía, yo era sólo el hijo de Rafael y Chabolito era el hijo de Chabolo, a pesar de llamarse Ramón y de que Chabolo se llamaba Salvador y Tacho era Tacho y antes de ser Tacho tal vez fuera el hijo de... yo ni siquiera sé cómo se llamaba su papá. Tacho era músico, tocaba el violín con extraordinaria habilidad y Nino decía que incluso sabía leer música. Yo no sé si era un virtuoso, un gran músico, pero habilidad, eso sí que no se le podía negar

AL ABUELO CON CARIÑO (Eduardo Liendo)

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Yo tenía grandes esperanzas en los papeles del abuelo, durante veinte años lo espié furtivamente mientras escribía. Aprecié su solemnidad, la religiosa manera de lavarse las manos con jabón azul y luego frotarlas con agua de colonia antes de comenzar a escribir. Sus terribles impreciaciones cuando los demonios no se hacían presentes. Sus estados de profundo éxtasis cuando el aura creadora resplandecía encima de su potente testa como una tenue luz ambarina. Los momentos de trance en los que la pluma fuente permanecía en el aire en suspenso, como un caballo que se dispone a dar un jaque al rey apuntando también mortalmente a una torre y, sobre todo, el sigilo para guardar aquellas ojas en la gaveta después de cada agotadora jornada. No quedaba duda acerca de la potencial trascendencia de aquellas páginas. Desde muy joven yo tenía la absoluta certeza de que nunca serviría para nada. Nunca me engañé con mis propias torpezas, pero para entonces ya el abuelo había cumplido ochenta años y lle