Entradas

UN SEÑOR MUY VIEJO CON UNAS LAS ENORMES (Gabriel García Márquez)

Al tercer día de lluvia habían matado tantos cangrejos dentro de la casa, que Pelayo tuvo que atravesar su patio anegado para tirarlos al mar, pues el niño recién nacido había pasado la noche con calenturas y se pensaba que era causa de la pestilencia. El mundo estaba triste desde el martes. El cielo y el mar eran una misma cosa de ceniza, y las arenas de la playa, que en marzo fulguraban como polvo de lumbre, se habían convertido en un caldo de lodo y mariscos podridos. La luz era tan mansa al mediodía, que cuando Pelayo regresaba a la casa después de haber tirado los cangrejos, le costó trabajo ver qué era lo que se movía y se quejaba en el fondo del patio. Tuvo que acercarse mucho para descubrir que era un hombre viejo, que estaba tumbado boca abajo en el lodazal, y a pesar de sus grandes esfuerzos no podía levantarse, porque se lo impedían sus enormes alas.          Asustado por aquella pesadilla,

UNA INDISCUTIBLE OFERTA (Héctor Torres)

Dicen que la diferencia entre la propaganda política y la cuña publicitaria es que una vende esperanzas y la otra vende ilusiones. Las primeras parecen gratis (aunque son a crédito, y sus intereses podrían arruinar el futuro de varias generaciones), mientras las segundas son tan de contado como efímeras. Ambas atenúan neurosis y ansiedades, pero son migajas si se les compara con lo que venden las religiones, que es algo así como “una parcela en el cielo”. Ninguna bagatela, como se ve. Entre los católicos el trámite es sencillo y no exige mucho compromiso: basta arrepentirse periódicamente de los pecados (que esa periodicidad no le quite el sueño a nadie: De producirse un accidente, siempre se contará con el servicio express de la extremaunción). Eso y cultivar prácticas como la caridad, esa “virtud” basada en entregar lo que no se necesita a cambio de acumular puntos para el Título de Propiedad en una parcela que no se tiene. La caridad resulta la cantera perfecta para vivir de

ORLANDO ARAUJO (Cartas a Sebastián para que no me olvide)

El caballo de Bolívar (sección 4) Bolívar jamás tuvo un caballo: tiene un pueblo. Uno tenía y era del color del trigo y se lo regaló a José Martí. Cuando murió Martí se lo regaló a un argentino y el argentino a un chileno y el chileno a un jinete que venía de Nicaragua y el jinete de Nicaragua no lo desensilló: Bolívar cabalga todavía.

ORLANDO ARAUJO (Cartas a Sebastián para que no me olvide)

La libertad (sección 3) El azulejo es un pájaro de mañanita que tiene el corazón azul. No tiene jaulas, sino el viento y las ramas. Había una vez un azulejo preso y se murió sin brisa. Había una vez otro y otro y otros azulejos. Por eso las montañas son azules cuando las ves de lejos, en las mañanas de tus viajes. -“Déjame ver adónde vamos” –dijo el azulejo, y voló por todo el mundo. El mundo es una palmera de azulejos que aletean y pintan de azul los cielos de la vida. Azulejo es un azul de lejos. Libertad es un azul de pueblos sin jaulas ni jauleros.

ORLANDO ARAUJO (Cartas a Sebastián para que no me olvide)

El patio de la abuela (sección 2) La abuela es pobre y no tiene mucha cosa, pero tiene. Tiene el aire que juega debajo de la mata de mango y los frutos de mejillas de oro con que regala a los niños más negritos del mundo. -Señora, permiso -¿Qué quieres? -Un mango -Entra, pero no me dejes las conchas en el patio. Los árboles rodean la casa de la abuela, vienen sembrados desde el río y se inclinan con la brisa del atardecer, huelen las tejas lentamente adormecidos y van sabiendo de cada uno de nosotros; las acacias tienen la timidez de una pestaña y los helechos extienden un pálpito de manos sobre la redondez del aire. Un lagartijo aquí muy cerca hace el amor con una lagartija. Los dos son verdes, pero rojos. Y se muerden el cuello y refriegan temblorosamente contrapunteados por el sol del mediodía. Resuellan y se aman. Y se separan como si no se conocieran. El patio de la abuela es un camino de piedras con ojeras. Y es la abuela, tan alta y extendida. Tan sonriente que parece que si

ORLANDO ARAUJO (Cartas a Sebastián para que no me olvide)

Un amigo (sección 1) Un amigo es el refugio de los miedos que sentimos noche y día, alguien que te mira sonriendo cuando tú lo hieres. Un amigo te levanta cuando caes y no espera saber que te has caído. Es como si de pronto estás muy sólo y alguien te llama para decirte que lo esperes. Un amigo es el guante de tu corazón cuando hace frío, el bolsillo donde guardas las cosas que no muestras, el abrigo contra la lluvia del odio, un pararrayos aun cuando no haya tempestad, y una tempestad si en la calma te atormentan. Un amigo es el espejo donde tú eres él, no apagues esa luz y no le falles en cualquier oscuridad.

AL SUR DEL EQUANIL (Renato Rodríguez)

Imagen
El violín de Tacho Yo nunca supe el verdadero nombre de Tacho. Una vez le pregunté, me contestó con un raro gruñido; no volví a preguntarle más, podría haberse ofendido por mi curiosidad. Tacho era un hombre muy delicado. Una vez su hermano Nicomedes le increpó por el estado de semiebriedad en que se mantenía constantemente y él se sintió tan humillado que juró no volver a pedirle dinero a Nicomedes, ni siquiera en calidad de préstamo. Además, era más fascinante que fuera sólo Tacho y más de acuerdo con las costumbres de allá. Mi nombre nadie lo sabía, yo era sólo el hijo de Rafael y Chabolito era el hijo de Chabolo, a pesar de llamarse Ramón y de que Chabolo se llamaba Salvador y Tacho era Tacho y antes de ser Tacho tal vez fuera el hijo de... yo ni siquiera sé cómo se llamaba su papá. Tacho era músico, tocaba el violín con extraordinaria habilidad y Nino decía que incluso sabía leer música. Yo no sé si era un virtuoso, un gran músico, pero habilidad, eso sí que no se le podía negar