El patio de la abuela (sección 2) La abuela es pobre y no tiene mucha cosa, pero tiene. Tiene el aire que juega debajo de la mata de mango y los frutos de mejillas de oro con que regala a los niños más negritos del mundo. -Señora, permiso -¿Qué quieres? -Un mango -Entra, pero no me dejes las conchas en el patio. Los árboles rodean la casa de la abuela, vienen sembrados desde el río y se inclinan con la brisa del atardecer, huelen las tejas lentamente adormecidos y van sabiendo de cada uno de nosotros; las acacias tienen la timidez de una pestaña y los helechos extienden un pálpito de manos sobre la redondez del aire. Un lagartijo aquí muy cerca hace el amor con una lagartija. Los dos son verdes, pero rojos. Y se muerden el cuello y refriegan temblorosamente contrapunteados por el sol del mediodía. Resuellan y se aman. Y se separan como si no se conocieran. El patio de la abuela es un camino de piedras con ojeras. Y es la abuela, tan alta y extendida. Tan sonriente que parece que si